No imagino una mejor manera de empezar el día que justo aquí en nuestra mesa preferida cerca de esa gran ventana de cristal que brinda una gran vista panorámica de todo que ocurre tanto afuera como adentro de nuestro Restaurante favorito, con el murmullo de los demás, junto al continuo sonido de ese viejo exprimidor de naranja que al parecer no tiene descanso, el intenso aroma del café invita a pedir una tasa, la conversación distante entre los empleados a los que en ocasiones se les escapa una discreta sonrisa que pasa casi inadvertida entre los demás clientes, mas esa musica romantica que parece haber sobrevivido al siglo pasado.
La camarera me trae la orden habitual, dos huevos fritos con la yema casi cruda, dos lonjas de jamón, tostadas, café con leche y un jugo de naranja, todo perfecto, sin cambios igual que siempre, hasta que llegó la cuenta US$5.85 y por un momento pensé que debía haber un error, pues siempre pagué el doble US$ 11.70. pero casi de inmediato comprendí que estaba solo, que siempre estuve solo, que el lugar sin ti no era mágico, que el desayuno tampoco estuvo bueno y que el olor a grasa se pegó en mi ropa de la misma manera que se me pegó tu recuerdo, que me sigue a todos lados como un fantasma.
Por Roibe Duran
2 comentarios:
El lugar o el contenido no importan tanto como la compañia de las personas con las compartimos momentos inolvidable.
Estoy completamente de acuerdo con usted anónim@. Muchas gracias por su comentario.
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